El doctor Edgar Aranda Huincho nunca imaginó que la sal negra que se usaba en su pueblo de Huancavelica para secar carne al sol y hacer charqui le devolvería, en parte, la vida a su hermano. Fue la noche del 5 de julio de 2014, horas después del accidente que mató a Ramón, cuando el médico y docente de anatomía de la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP) decidió aplicarle una fórmula que había preparado en secreto durante años.
Le sustituyó la sangre por un líquido del que solo ha querido revelar un ingrediente, la sal negra en piedra, la misma que convierte la carne en charqui. Los demás componentes los guarda como un secreto de familia.
A los dos años del sepelio, la tumba fue abierta por primera vez y el hecho fue registrado por la cadena Telemundo. Nueve años después, Aranda volvió a levantar la tapa del nicho, en la última semana de octubre último. En total, el cadáver lleva once años embalsamado y, según él, sin mostrar señales de deterioro.
“No se ha descompuesto, no ha cambiado nada, pero hay una piel nueva. Es como si hubiera regenerado su carne”, cuenta Aranda a Huanca York Times, entre asombrado y orgulloso.
No le han crecido los cabellos ni las uñas, y el tejido muscular no muestra señales de deterioro. “Es como si estuviera dormido, no hay rigidez, no hay olor fétido”, describe el médico, que recuerda cómo observó desde joven el uso ancestral de la sal para conservar la carne. “¿Por qué crees que se usa la sal? La carne expuesta al sol no entra en putrefacción”, reflexiona.
El cadáver, que descansa en una urna de vidrio dentro del panteón de Lircay, en Huancavelica, luce tibio y flexible, según quienes lo han visto. Los hijos del difunto aseguran que solo falta que hable. El médico, apodado ‘Huincho’ por sus colegas, insiste en que «su» mezcla bloquea la putrefacción sin secar ni endurecer los tejidos. “No pretendo ser Dios, solo quiero que la gente vea a su ser querido dormido, no ausente”, afirma.

A diferencia de las técnicas convencionales de momificación, que deshidratan los tejidos, el método de Aranda mantiene la humedad corporal y, por lo tanto, sigue siendo un misterio. “Puedes presionar la piel y sigue con su consistencia natural”, asegura. Afirma que médicos forenses de China, Francia y España ya le han solicitado exponer su técnica, aunque él prefiere reservar la esencia de su investigación por temor al “robo de ciencia” y conservarla en familia. Dice que revelará los detalles únicamente a sus dos hijas, que estudian Medicina Humana.
Mientras tanto, Ramón Aranda ya se ha convertido en el único muerto de Lircay que recibirá visitas como si fuera un santo. Estará de perfil, bajo una luz tenue y con una piel que, según su creador, volvió a nacer. “Me hubiera gustado que se exhiba completo, como a Mao Tse Tung o Lenin”, comenta su hermano con un aire de orgullo.
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