Coercer con el rigor estrictamente necesario

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Gustavo Carrión Zavala
Ex director general de la Policía



Presento bajo este título algunas reflexiones que pudiesen ser revisadas por quiénes en estos momentos tienen la responsabilidad de conducir las acciones de la Policía Nacional.

Lo que recordamos en estas líneas no es privativo de la policía peruana, son conceptos inherentes a todas las policías, ergo, no se hacen con el ánimo cuestionador, descalificador, censor, catón o cuanta calificación pueda hacerse a nuestra posición.

No solo nuestra policía, todas las policías, tiene por finalidad “mantener la indemnidad de las personas en su vida, bienes y ejercicio de libertades y derechos”. Esta finalidad puede ser expresada en distintos términos, pero la esencia no varía, lo que obviamente significa que la policía, como institución, es concretada a través de cuerpos organizados, probablemente en distintos modelos, pero que todos persiguen lo mismo: “proteger vidas, patrimonios y derechos”.

La Constitución peruana tiene una inspiración de derecho natural, así lo reconoce al proclamar en su primer artículo “la defensa de la persona humana y el respeto a su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”.

Para lograr esta defensa y este respeto a la dignidad de las personas, el Estado desarrolla un conjunto de instituciones que hagan posible este propósito. Una de las más importantes para este fin tuitivo, qué duda cabe, es la policía.

En esta línea de argumentación, tenemos entonces que la policía tiene por encargo principal proteger a las personas y la mejor manera de hacerlo es cautelando que todas ellas cumplan las leyes de orden público, que son aquellas que se dan para acotar las libertades individuales en provecho de la vida en sociedad.

Obviamente que tiene que dotársele de autoridad para poder hacer cumplir las normas positivas, pero esta autoridad está desarrollada bajo el concepto de “invocar el cumplimiento de las leyes y de no ser obedecidos sus agentes, coercer con el rigor estrictamente necesario”.

He aquí lo medular, ¿cómo medimos el rigor?, ¿cómo pueden establecer los agentes de policía que el rigor empleado es el necesario, sin que se afecte la finalidad superior de proteger a la persona humana? Obviamente que para que ello suceda deben haber sido debidamente formados y capacitados para poder discernir sobre esta decisión sumamente trascendente, mantener el orden sin afectar a las personas en su integridad, y es en ello que encontramos probablemente la gran carencia, la deficiente formación de los policías para que cumplan a cabalidad con su función.

En los últimos tiempos y bajo el argumento de falta de efectivos policiales, se ha entrado en un proceso de precarización formativa. Se trata de tener más policías y no mejores policías, para lo cual se llega ya no a formar policías, sino que se “fabrican” apresuradamente para cumplir funciones que, como ya hemos señalado, traen la inmensa responsabilidad de proteger a las personas.

Para formar un policía, resulta lógico pensar que se debe incidir en dotarlos de todas las habilidades que pudiesen denominarse duras, y que están vinculadas a las técnicas que deben emplearse para proteger a las personas y mantener el orden público. Pero, igualmente deben desarrollarse en ellos habilidades blandas, las que harán que se pongan en el lugar de las personas a las que protegen, que se identifiquen con ellas, que se sientan parte de la urdimbre social, que entiendan que no están en guerra con ellas; por el contrario, las protegerán imponiendo un orden sensato.

Estas habilidades permitirán, con seguridad, regular el rigor con el que aplicarán las medidas para que las leyes se cumplan, decidir cuándo la vida de las personas ameritan tomar todos los recaudos para no afectarlas. En este desarrollo de habilidades blandas, estimo que encontraremos el equilibrio en el accionar de la Policía Nacional.

Insisto, en un tema vinculado, la profesión policial está en las antípodas de la profesión militar. Mientras los primeros son profesionales de la paz y la convivencia pacífica, los segundos, y no menos importantes, son los profesionales de la guerra en defensa de la integridad territorial cuando se vea amenazada. Por tanto, debería desmilitarizarse totalmente la formación policial, por representar a una institución de naturaleza ciudadana.

Constituye, a nuestro juicio, un grave error involucrar a los miembros de las Fuerzas Armadas en tareas de policía. Su formación es otra. Si como sugieren algunos especialistas, en que debería formarse a los miembros de las FF.AA en temas policiales para apoyar a estos últimos, considero que no se pueden distraer recursos en esta policialización de los ejércitos, cuando estos recursos deben destinarse a formar más y mejores policías.

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